sábado, 25 de septiembre de 2010

Otra manera de ser político

Por su interés reproduzco el artículo que Eloy Fernández Clemente publicó en el Mundo.es

El pueblo se echó a la calle para despedir a José Antonio Labordeta. | Efe

El pueblo se echó a la calle para despedir a José Antonio Labordeta. | Efe

Las más de 50.000 personas que en apenas día y medio desfilaron el domingo y lunes, 19 y 20 de septiembre, ante la capilla ardiente de José Antonio Labordeta, ofrecen y exigen una reflexión.

En Aragón se percibió de inmediato que se estaba ante un hecho de tremenda resonancia, sólo comparable al entierro de Joaquín Costa, en febrero hará un siglo justo. (Por cierto, el martes, tras la incineración, decidió la familia con gran acierto depositar los miles de flores en ramos y coronas, ante el mausoleo del otro gran aragonés contemporáneo enterrado en su tierra: no lo están Goya, Cajal o Buñuel).

Se habilitó de inmediato la Aljafería zaragozana, sede de las Cortes de Aragón, el más hermoso edificio civil con que se cuenta, para que todos pudieran acercarse a mostrar su respeto y su cariño por el escritor, periodista, cantautor, político, fallecido. Tras los apresurados últimos homenajes que se habían ido sucediendo con prisas (Doctor Honoris Causa, Medalla del Trabajo, Premio Nacional a las Artes, Cruz de Alfonso X el Sabio), han llegado otros, ya demasiado tarde. "A buenas horas"...

El presidente Iglesias –consultado el coaligado vicepresidente Biel, aquí los trámites son breves si hay mayoría- decidía concederle la Medalla de Oro de Aragón, máximo honor político. Muchos piensan que debería estar prohibido o considerado un mal uso dar premios y honores post mortem (salvo a los muertos en acto de servicio, guerras y atentados): tiempo hubo en tantos años de esfuerzos; si no se hizo, pues no se hizo. Y lo mismo ocurre cuando el alcalde anuncia que ha mandado estudiar qué gran lugar, plaza, calle, parque, ofrecer en su recuerdo. No sabe o no quiere saber que hace unos pocos años se dio su nombre a una plazuela sin asfalto ni jardines, en un barrio lejano del centro, cumpliendo de mala gana una petición.

Y también con su famosísimo Himno a la Libertad, que cuando en mala hora plantearon las Cortes contar con un himno, fue derrotada esa propuesta, gastando tiempo, dinero y energías en encargar, ¡primero! la música a García Abril, y encerrando luego a cuatro buenos poetas incompatibles para que elaboraran una letra imposible. Resultado: nadie sabe ese himno, nadie lo canta, casi nadie lo conoce. Ahora, las redes se agitan volviendo a recordarlo e insistiendo en que su canción más conocida, que todos saben y entonan felices con los brazos unidos en alto, sea el Himno de Aragón. Me temo que vuelva a darse carpetazo en cuanto pase la calor.

El pueblo tiene olfato

Políticos de todo signo (más entusiasta la izquierda, claro, pero la derecha ha cumplido con discreción el trámite), las fuerzas sociales -¡hasta el arzobispo!-, el mundo de la cultura, han acudido a despedir al hombre que con frecuencia les resultó incómodo (sí, también a la izquierda, incluso a su partido en el que era tan adorado como temido por su radical independencia), pero cuyo carisma han comprendido y hubieran querido robar para ellos. Su modo de apretar las manos de las gentes; siempre respetuoso, razonador, suave en las formas aunque enérgico en el fondo: la excepción que lo confirma fue su protesta airada cuando, gritando, insultándole, se le impedía hablar.

El pueblo tiene olfato (hoy el zaragozano, aunque acudió mucha gente de lejos, aragoneses o no; otro día será en otro sitio) y ha sabido interpretar muy bien lo que significa y representa Labordeta, se ha echado a la calle a manifestar su cariño y su preferencia personal por un hombre bueno, próximo, sencillo, defensor de los problemas grandes y pequeños, trabajador incansable, además de un enorme poeta en sus canciones y todos sus escritos.

En estos tiempos en que comienzan a aparecer encuestas que colocan la crítica a los políticos en general por encima de la tremenda crisis económica pagada tan duramente por los parados (¡siempre pagan los mismos, siempre ganan los otros!), es preciso estudiar este fenómeno. La gente quiere que los políticos sean formales (no necesariamente serios, ni estirados, ni fatuos), honrados, trabajadores, listos, amables sin afectación, educados, amantes de la cultura. Cuando se enzarzan en insultos y descalificaciones, la sociedad acusa el golpe, se siente víctima de esas personas que no merecen ni en broma ser calificadas de "señoría".

El voto suele ser una tradición casi familiar, cambiamos demasiado lentamente, por eso los políticos consideran, errados, cautivos "sus" votos. Y es que cada uno votará, seguirá, exigirá, a los más próximos a sus ideas, esperando que legislen coherentes en ese sentido. Esa no es hoy la cuestión. La enseñanza de la muerte de Labordeta es: haced, por favor, una política clara, digna, próxima, con argumentos más que improperios, con respeto al contrincante y, sobre todo, al pueblo. Y os respetaremos y querremos como a él, aunque no alcancéis, es un privilegio de unos pocos elegidos, su talante, su estilo, su entrañable gesto.


*Eloy Fernández Clemente es Catedrático de Historia Económica de la Universidad de Zaragoza, cofundador y director de la revista Andalán y amigo personal de José Antonio Labordeta.

http://www.elmundo.es/elmundo/2010/09/21/cultura/1285083955.html
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